miércoles, 15 de octubre de 2008

Hacia un nuevo capitalismo

Como todo sistema económico o polìtico, el capitalismo tiene sus defectos. La actual crisis lo evidencia. Tras un liberalismo extremo que ha otorgdo a los mercados un auténtico cheque en blanco para que funcionaran a su aire no puede venir ahora un régimen de control absoluto en el que el Estado fije hasta los precios de las acciones de las empresas.
No obstante, lo que es obvio es que no se puede seguir como hasta ahora. La laxitud de las reglas, fomentado por los republicanos en EEUU y sus asesores de la Escuela de Chicago, permitió que surgiera un sistema financiero en la sombra formado por derivados e instrumentos financieros que carecen de todo tipo de control y que, solo cuando la economía real comenzó a dar síntomas de agotamiento, dieron ciertos indicios de su magnitud. Herramientas creadas para cubrir y transferir riesgos de forma eficiente se convirtieron en un elemento más de mercadeo y compra-venta. Al final, nadie sabe a ciencia cierta lo que hay bajo esos derivados porque su transacción permanente hizo que su rastro fuera difícil de seguir. No hay nada peor para restablecer la confianza que desconocer lo que uno posee y, claro está, lo que los otros poseen. Y es lo que les sucede a las entidades financieras. Ellas mismas se volcaron en estos instrumentos que eliminaban los riesgos de sus balances y que les proprocionaban ingresos gracias a la transformación de todo ello en activos negociables.
Hoy ese mercado en la sombra es el que dificulta la mejoría. La bola se hizo tran enorme e incontrolable que se hace imposible de abarcar. Hay quien asegura que solo el valor de los credit default swaps (CDS) --instrumentos que cargaban con el coste de posibles impagos de deuda a cambio de una flujo de ingresos , como una prima de seguro-- supera al del conjunto del producto interior bruto (PIB) mundial. Eran contratos entre dos partes que en muchas ocasiones cubrían riesgos de activos formados por préstamos hipotecarios de baja calidad y que luego fueron dispersándose por todo el mundo sin que comprador y vendedor tuvieran relación alguna. Ni el uno ni el otro sabían, en realidad, lo que tenían entre manos. Solo veían riesgo y, por tanto, elevados rendimientos.
Por todo ello, una vez que se han dado los primeros pasos para restablecer la confianza con medidas que costarán miles de millones de euros de los bolsillos de los contribuyentes, ha llegado la hora de plantearse unas nuevas reglas de juego. Siempre habrá quien descubra caminos para saltárselas, pero lo que es evidente es que hay que ir hacia un capitalismo con reglas globales y no con las normas locales con las que todavía funciona hoy. En un mercado global, normas globales. En eso parece que coinciden personas que piensan de forma muy distinta, desde el primer ministro británico Gordon Brown hasta el presidente francés Nicolas Sarkozy o el expresidente del Gobierno español Felipe González. Esperemos que esta avalancha de reflexiones no acabe como cuando los escándalos contables que eliminaron del mapa a Enron y Arthur Andersen hace siete años: una norma parcial que solo unos pocos entienden. Ahora es preciso un ordenamiento global en cuyo redactado participen el máximo de países.

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