
A nosotros nos parece un horror la inflación que empeamos a tener. Con tasas por encima del 4% creemos vivir en el abismo. Realmente es poco halagüeño tener un índice de precios que duplica al que se logró hace poco tiempo.
Pero aún es peor la situación para las economías emergentes. Con una intensidad energética mucho mayor que los países occidentales --necesitan más petróleo por cada unidad de producto que generan--, el constante encarecimiento del crudo les pone las cosas aún más difíciles. Y no digamos la subida de los alimentos. Se corre el riesgo de que estos países vivan una crisis de caballo como la que afectó a los países industrializados en los años 70, con las consiguientes consecuencias en materia de recesión y pérididas de empleo. En torno a dos tercios de la población mundial --la que habita estos países-- vivirá este verano inflaciones con dos dígitos. Los bancos centrales de esos países deben tomar nota y no cometer los errores en los que incurrieron las autoridades monetarias de los estados occidentales en los 70 y 80.