sábado, 23 de octubre de 2010

Bonos, patria y rentabilidad

Curioso país España, en el que si una comunidad autónoma apela al ahorro de sus ciudadanos para financiarse se habla de bonos patrióticos ¿Qué son las letras del Teosoro, los bonos o las obligaciones? ¿No es lo mismo? ¿No supone también apelar al patriotismo reclamar dinero para carreteras y servicios públicos como hace el Tesoro Público en su publicidad? El inicio de la venta de los bonos de la Generalitat de Catalunya está resultando un éxito. Y no es de extrañar, con un redimiento del 4,75% a un año y dos díasa partir de un mínimo de 1.000 euros. Los primeros 1.890 millones de euros previstos tendrán que ampliarse hasta 2.500 millones. A la Administración catalana le saldrá caro, ya que, en un año, deberá devolver el capital y más de 100 millones de euros en intereses. Las condiciones del mercado y la situación de sus finanzas --que están como el de la mayoría de Administraciones públicas-- lo requerían. Lo que es indudable es que son títulos extremadamente competitivos con respecto al resto de productos del mercado y también frente al resto de la deuda del Estado. La banca que participa en la colocación ya se lleva su 3% de comisión y otro 2% desde la cantidad inicial prevista hasta los 2.500 millones, que pagará la Generalitat y, por lo tanto, todos los ciudadanos de forma indirecta, compren o no bonos. Mejor comprarlos, por tanto ¿no? Solo las entidades que han decidido no participar están recelosas de producto, que puede robarles clientes en la dura guerra del pasivo que mantienen en la actualidad. Pero seamos prácticos. En estos casos el tema clave es si quien ofrece el rendimiento es solvente. En resumen, si podrá devolvernos el dinero y los intereses. No creo que haya mucha duda al respecto. Difundir lo contrario, aunque no sea imposible que suceda, no es más que propagar rumores muy interesados, política o económicamente. Y, además, en el remoto supuesto de que no pudiera hacer frente a sus obligaciones en el plazo de un año, el Estado es el responsable en última instancia. Y todo esto no es patriotismo, es pragmatismo y ¿por que no?, la legítima persecución de una mayor rentabilidad. Si además se contribuye a que mejoren los servicios de la comunidad en la que uno vive --en el supuesto de que así sea--, pues perfecto.