miércoles, 15 de febrero de 2012

Cobrar por trabajar

Empezaré con una obviedad: El hombre es un animal de costumbres y, desde antiguo, se ha adaptado a cobrar por su trabajo. Lo que percibe está relacionado de forma lo más justa posible, o así debería ser, con lo que hace. He pensado que debía recordarlo ante el escenario que abre la reforma laboral del Gobierno de Mariano Rajoy. Probablemente nuestro nivel salarial se encuentra por encima de lo que debería estar dada la situación económica, como también lo está -y muchísimo más-, el de los directivos que nos han llevado al desastre. Lo fácil y la práctica habitual es reducir la plantilla o rebajar el salario para tapar errores o despropósitos de gestión por parte de unos ejecutivos que doblan, triplican o centuplican el salario de aquellos a los que van a despedir a asestar un hachazo en la nómina. De esta forma, quienes llevan los negocios al desastre reciben como premio salvar su silla a costa de financiar con el salario de los subordinados situaciones que ellos han contribuido en gran medida a provocar. Porque, no nos engañemos: exprimirse el cerebro para reducir otros costes o ingeniárselas para obtener nuevos ingresos es más complicado, da mucho más trabajo y no proporciona unos rendimientos inmediatos. Lo fácil es lo otro que, además, carece de penalización e incluso diría que está bien visto, al menos por los mercados. Pero con este tipo de actuaciones de los directivos-manos-tijeras no hacemos más que debilitar a las empresas, que cuando llegue el final de la crisis habrán perdido talento, fortaleza y competitividad. Muchos de los que las dirigen las compañías anteponen el resultado a corto plazo y la palmadita en la espalda de los dueños y accionistas a una visión con mayor perspectiva que, a la larga seguro que dará mejores frutos y mucho más estables. Ya que a los defensores de este sistema perverso les gusta tanto Alemania que miren e imiten los consejos de supervisión y vigilancia que tienen las empresas de ese país, en los que participan también los representantes de los trabajadores. Ni a la canciller alemana Angela Merkel le he oido decir que quiera desmantelar lo que en su día bautizaron como la economía social de mercado ni a sus fanáticos seguidores de la patronal española les he escuchado reclamar su instauración en nuestro país.