martes, 26 de marzo de 2013

'Lobbies': un gobierno en la sombra

Empecemos con algo obvio: Los lobbies existen. Y lo hago porque en España tendemos a negar lo evidente. Lo habitual es que se nos diga: "Eso es algo que existe en EEUU o en Bruselas, no aquí". Mentira. O si no ¿quiénes se creen ustedes que redactan muchas de las leyes que afectan a sectores o actividades? Y también ¿quiénes consiguen en muchas ocasiones paralizar o modificar regulaciones? Lo cuenta en el libro ¡Qué vienen los lobbies! (Ediciones Destino, Barcelona, 2013) el colega periodista Juan Francés. Y no es algo en lo que estén implicadas solo a patronales como la CEOE, Farmaindustria o organizaciones como la de las eléctricas, Unesa o la de los fabricantes de vehículos (Anfac) o grandes compañías como Telefónica (curiosa la historia que se cuenta en el libro sobre el proyecto de creación de un único supervisor de la competencia); sino movimientos sociales y cívicos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). De todas formas, en los primeros casos cuentan con más medios y canales directos de comunicación con los gobiernos y los parlamentos y con la posibilidad de premiar a antiguos reguladores con puestos de trabajo muy bien remunerados (recuerden el fenómeno de las puertas giratorias). Y es que la actividad de presión no es sí misma mala, como sucede con muchas otras actividades de la vida. Es totalmente legítimo defender los intereses propios o los de los representados. De eso viven muchos gabinetes de relaciones públicas y bufetes. Lo malo es que toda esa actividad se desarrolle en la penumbra, sin ningún tipo de transparencia --un término del que, por cierto, a los políticos les gusta mucho hablar, pero poco practicar-- y que intereses particulares --legítimos-- se disfracen de grandes ventajas colectivas y que se haga la gran interpretación teatral de que toda actuación pública se mueve solo por el interés colectivo (¿colectivo o de algunos colectivos?). No, si lo malo no es que los lobbies existan y ni siquiera que traten de incidir en normativas y regulaciones, sino que operen en la oscuridad. Y, lo que es peor, que encima se nos diga que no existen.