martes, 27 de julio de 2010

Decisión, acierto y error

Es bien cierto que una cosa es decidir y otra acertar. Lo primero no conlleva lo segundo, aunque sea lo ideal. Lo que afirman los profesores del IESE, Pablo Maella y Miguel Ángel Ariño es una verdad como un templo. Ya he citado en alguna ocasión anterior su libro en su libro Iceberg a la vista, en el que utilizan la catástrofe del Titanic para hablar de la toma de decisiones. Es tan peligroso confundir lo que decíamos, decidir con acertar como no tomar decisiones por miedo al error, lo que algunos llaman la parálisis por el análisis o aparcar las decisiones sinedie. Este es un mundo muy complejo porque una mala decisión puede llevar a un éxito a corto plazo, lo que ciega la perspectiva y desemboca finalmente en el fracaso más absoluto (escándalos contables como Enron --dieron réditos inmediatos, pero ¡cómo acabaron!--; o el cambio drástico de estrategia de Toyota: pasó de primar la calidad a priorizar ser el primer fabricante del mundo en número de unidades y los problemas se le han multiplicado). Para aprender a tomar decisiones hay que ser lo suficientemente frio para distinguir entre una buena y una mala elección, aunque los resultados inmediatos parezcan muy buenos. Porque si es difícil defender que un buen resultado es fruto de una mala decisión cuánto más no lo será afirmar que, a pesar de que el resultado inmediato es malo, la decisión ha sido buena y que han influido en el saldo final factores que no están bajo nuestro control, como, por ejemplo, la suerte, un accidente, etc. etc. Casi nada.