sábado, 7 de febrero de 2009

Proteccionismo no equivale a salvación

Sé que es una tentación difícil de resistir para los políticos, ávidos por demostrar que tratan de salvar las economías de sus países. Y más aún para los trabajadores que se encuentran en paro o para qeullos que tienen empleo pero que ven que se acerca el espectro del desempleo. En épocas de crisis, lo fácil es apelar a las barreras, al proteccionismo y al nacionalismo económico. Lo sencillo es reclamar la imposición de fronteras y hacer un llamamiento a la defensa de los productos elaborados en el propio país y a generar los empleos en la propia casa. Es una receta rápida, con efectos a muy corto plazo, pero es una mera cura paliativa que no solventa el problema ¿Nos iba mucho mejor cuando todo funcionaba así, cuando había autarquía? Y ¿vivían mucho mejor los países más pobres cuando era más difícil exportar? Es cierto que la globalización no ha distribuido la riqueza de forma equitativa. Es cierto que el comercio mundial ha generado más prosperidad para unos que para otros. Pero sin esta apertura global de fronteras algunos países que han tenido oportunidades no las hubieran tenido. El comercio provoca especialización. Unos países hacen mejor unas cosas que otras. Es cierto que también hay más competencia y que, por tanto, hay que esforzarse más para no perder mercado, pero, en el fondo, se experimenta un crecimiento general. El presidente de EEUU, Barack Obama, como líder de la primera economía mundial, debe dar ejemplo y evitar cualquier tentación al estilo Buy American --Compre productos y servicios americanos--. Sería una buena muestra de ese multilateralismo que pretende aplicar. Lo contrario no serviría más que para desandar un camino hacia una mayor y mejor prosperidad que se inició hace unos años. Lo que hay que hacer, en todo caso, es repartir mejor la prosperidad, pero no poner trabas y barreras que, al final, acaban perjudicando a los países más pobres, lo más débiles. De hecho, la globalización no es la culpable, sino el uso que se hace de ella. Con la imposición de más fronteras no se mejora la situación económica y, menos aún, se acaba con los riesgos del odio a los países ricos que puede acabar degenerando en terrorismo. En momentos como los actuales, los políticos no deben ser solo listos e inteligentes, sino también responsables y valientes.