
Del negro al blanco. De la noche al día. De fatal a escenario idílico. Así son las percepciones en los mercados. La histeria, el pánico, la ansiedad, la euforia. No hay término medio.
Lo describe muy bien Charles P. Kindleberger en su ya clásico Manías, pánicos y cracks.
Cualquier dato se procesa y se sobrerreacciona sobre el mismo:
Subida astronómica si se percibe que las noticias son buenas o caída descomunal si se intuye que las cosas irán a peor. Y es que estos son los mercados o, mejor dicho, aquellos que forman parte del mismo, desde personas individuales a grandes fondos especulativos, si bien con distintos grados de responsabilidad, de menor a mayor, cada uno. Cuando la situación se asemeja a una caída libre, como sucedió hasta la semana pasada,
los gobiernos e instituciones corren para aportar recursos, que, en el fondo, provienen del bolsillo de todos los ciudadanos. Y todos contentos, por ahora. Que la euforia no nos ciegue. El problema de fondo, la maximización del beneficio a toda costa y la persecución de la desregulación excepto cuando las cosas van mal, sigue ahí. Ni siquiera que las bolsas recuperen los niveles de hace 15 días debería evitar una reforma del sistema financiero y una mejor supervisión. No lo olvidemos: igual que quienes mueven los mercados han decidido hoy que toca subir, acabarán propiciando una nueva caída y la consiguiente crisis cuando quieran obtener plusvalías que, finalmente, es lo que persiguen.