domingo, 3 de abril de 2016

El déficit y la teoría del convento

Pues resulta que quienes se decían los mayores cumplidores del déficit, el PP, son alumnos poco aplicados o, como mínimo, poco rigurosos. En el 2015, las cuentas públicas registraron un desvío de unos 10.000 millones de euros, el peor desfase de toda la legislatura.

Es una cantidad gigantesca. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, lo achaca a las autonomías, pero sabe bien que estas era casi imposible que pudieran cumplirlo.

La Administración Central se reservó alrededor del 70% del margen de déficit, como ha hecho en ejercicios anteriores; y dejó a las autonomías, que dedican la mayor parte de sus recursos a la sanidad, educación y gastos sociales; así como a la Seguridad Social y a los ayuntamientos sin apenas capacidad de maniobra.

Así, el Estado, con este sistema, un modelo de financiación autonómica que requiere revisión y que debería haberse reformado en el 2014 e hinchando las previsiones de ingresos a conveniencia, como hizo por ejemplo con las cotizaciones sociales, se garantizaba una buena nota. Y a la vez podía culpar a terceros de los desvíos en las cuentas públicas. "Han sido las autonomías, profesor", podía decir a Bruselas. Aunque sea cierto que las comunidades no pueden considerarse tampoco un modelo de buena gestión, ya conocen el viejo refrán: quién parte y reparte, se lleva la mejor parte.

Pero existe otro elemento destacable: la reducción del impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF). Todo el mundo, incluidas las autoridades de Bruselas, afirmaron que la medida, de carácter meramente electoralista, iba a suponer un desvío con respecto al déficit comprometido y significaba una falta de rigor y disciplina que contrastaba con el discurso oficial y público del Gobierno.

El Ejecutivo del PP lo negó e insistió en que la rebaja, que incluso aceleró con respecto al calendario que había previsto por la proximidad de las elecciones generales, y afirmó que, apenas se notaría porque todo ello estimulaba el crecimiento y la recaudación. Pues bien, se ha notado. Y mucho. Por más que Montoro y el Ejecutivo en funciones lo niegue y se esfuerce en culpar a terceros.

Viendo cómo ha acabado la cosa y que realmente estábamos ante la crónica de una muerte anunciada solo se me ocurren dos cosas que justifiquen la manera de proceder del Ejecutivo: o bien el PP estaba seguro de que iba a ganar las elecciones o de que la rebaja fiscal le iba a permitir ganarlas y, por tanto, dejar posibles ajustes para una nueva legislatura con tres o cuatro años por delante; o bien le importaba poco dejar unas cuentas absolutamente descuadradas y necesitadas de nuevos recortes o subidas de impuestos ante la posibilidad de perder los comicios. En resumen y ya que echamos mano de los refranes, el Gobierno aplicó el viejo lema: "para lo que me queda en el convento....". Malo lo uno, peor lo otro e incalificable si en realidad era una combinación de ambas estrategias.