miércoles, 23 de septiembre de 2009

G-20: no salven el capitalismo, dómenlo

Un mensaje para los líderes que se reúnen en Pittsburgh (EEUU) a partir del día 24: No salven el capitalismo. Él mismo, o aquellos apóstoles que defienden su vertiente más liberal --solo cuando las cosas van bien, claro, y se pueden beneficiar de las ganancias-- ya se ocupan de ello. Lo que deberían hacer los mandatarios en la cumbre del G-20 es tratar de domarlo. Me explico. Si algo nos ha enseñado la crisis de 2008 es que la desregulación total acaba en debacle absoluta, en caos. El afán y las posibilidades de obtener beneficios enormes y rápidos, con la sensación de que no hay límites, puede con cualquier mente, por privilegiada que esta sea. Baste con recordar desastres como el del Long Term Capital Management (LTCM) en 1998, en el que participaron dos eminentes premios Nobel de Economía, Robert Merton y Myron Scholes. El desaguisado se solventó con el apoyo de los bancos que se beneficiaron de unas ganancias excpecionales e inexplicables sin mirar mucho el detalle ni hacerse ni hacer demasiadas preguntas. Al no haber resulto el tema con contundencia, 10 años más tarde, el globo se hizo mayor. Y, por tanto, al pinchar la euforia, no era suficiente con poner un parche como en 1998. Todos los gobiernos tuvieron que rascarse los bolsillos, evidentemente con los impuestos de todos los ciudadanos --aquellos que ven cómo se colectivizan las pérdidas, pero que las ganancias, cuando las hay, se privatizan--. Había que evitar que el barco se hundiera y ahogara a los menos culpables de la película.
Un vez más controladas las vías de agua, hacen falta unas normas. Y esas son las que deberían comenzar a perfilarse en Pittsburgh. Pero, mucho me temo que los brotes verdes que han surgido en algunas de las economías más poderosas han enfriado los anhelos de cambio --cualquier cambio es engorroso-- y ya vuelven a levantar la voz quienes se proclaman estandartes del liberalismo y defienden un mercado sin apenas normas para embolsarse unas ganancias que comienzan a aparecer o que lo harán en breve. Todo ello sin contar con que, de no haber sido por el apoyo prestado por el resto de los ciudadanos, los beneficios tardarían mucho más o no serían posibles. Señores del G-20, tengalo en cuenta. No hace falta que entierren el capitalismo, él ya tiene quien lo defiende y ha dado pruebas suficientes de saber regenerarse y adaptarse a los entornos cambiantes y, además, tiene cosas positivas. Aprendan de los errores pasados y mejor traten de domarlo un poco, mediante normas que dificulten los desmanes y los excesos como las primas astronómicas de los directivos o los paraísos fiscales para unos pocos. Más que nada para que la próxima crisis, que más tarde o más tempran volverá, no salga tan cara a quienes solo tienen reservado un papel protagonista cuando hay que colectivizar las pérdidas.