Estamos prácticamente en la antesala de la huelga general del
29-S. Los sindicatos se juegan mucho en esta apuesta, por lo que seguro que desplegarán todos sus esfuerzos para que la convocatoria resulte un éxito o para que al menos lo aparente. También el Gobierno se la juega con este pulso. Por todo ello, el cruce de informaciones y rumores no cesa: que si es un paro injusto e injustificable, dicen unos; que si ha de servir para que el Gobierno cambie su política económica, dicen otros. Lo cierto es que no hay una verdad absoluta ni seguramente habrá un resultado con una única lectura.
El 29-S, dos derechos lucharán por la igualdad de oportunidades: el de quienes quieren llevar a cabo la huelga y el de aquellos que no quieren hacerla. Unos y otros deben ser conscientes de que la libertad de unos acaba donde empieza la de los otros. Las centrales sindicales están en su derecho de movilizar, pero también tienen derechos quienes son contrarios a entrar en el juego de unas organizaciones que parecen mantener una estrategia consistente en justificarse a sí mismas. Ante todo ello es preciso exigir ni los patronos jueguen a imponer el miedo de sus empleados --de todo hay en la viña del Señor-- ni que los sindicatos, acuciados por la necesidad de paralizar transportes y servicios, empleen a los piquetes más para intimidar que para informar.
29-S. Los sindicatos se juegan mucho en esta apuesta, por lo que seguro que desplegarán todos sus esfuerzos para que la convocatoria resulte un éxito o para que al menos lo aparente. También el Gobierno se la juega con este pulso. Por todo ello, el cruce de informaciones y rumores no cesa: que si es un paro injusto e injustificable, dicen unos; que si ha de servir para que el Gobierno cambie su política económica, dicen otros. Lo cierto es que no hay una verdad absoluta ni seguramente habrá un resultado con una única lectura.
El 29-S, dos derechos lucharán por la igualdad de oportunidades: el de quienes quieren llevar a cabo la huelga y el de aquellos que no quieren hacerla. Unos y otros deben ser conscientes de que la libertad de unos acaba donde empieza la de los otros. Las centrales sindicales están en su derecho de movilizar, pero también tienen derechos quienes son contrarios a entrar en el juego de unas organizaciones que parecen mantener una estrategia consistente en justificarse a sí mismas. Ante todo ello es preciso exigir ni los patronos jueguen a imponer el miedo de sus empleados --de todo hay en la viña del Señor-- ni que los sindicatos, acuciados por la necesidad de paralizar transportes y servicios, empleen a los piquetes más para intimidar que para informar.
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