y que, en el otoño del 2008 estuvo a punto de desplomarnos por un precipicio que por el momento parece que hemos evitado, se encuentra la innovación. En todas las épocas se han disparado los precios de determinados activos al calor de mejoras e innovaciones. Sucedió con el ferrocarril en el siglo XIX o con la burbuja de las empresas puntocom no hace ni siquiera 10 años. Tras una etapa de euforia colectiva y subidas astronómicas de precios, desaparecieron cantidades ingentes de empresas, pero otros sobrevivieron o dieron paso a proyectos más sólidos a la vez que las cotizaciones en los mercados recobraban cierta cordura a costa de atrapar a miles de inversores, como explica Charles P. Kindleberger en su ya clásico Manías, pánicos y cracks. Pese a la crisis y la criba de empresas consiguiente, siempre han quedado mejoras como herencia. En cambio en la crisis que vivimos hoy ¿qué ha quedado? Todo estalló por el uso abusivo de innovaciones financieras a partir del endeudamiento para adquirir inmuebles, hinchadas con deuda y más deuda. ¿Qué ha dejado todo ello? Pues pocos avances a diferencia de otras etapas históricas, ya que las supuestas mejoras en el sector financiero no eran más que una burbuja especulativa. Y más que mejoras, han dejado como herencia miles de millones de pasivos en los bancos y en la economía en su conjunto. Es por eso que podemos afirmar con rotundidad que existen innovaciones buenas que, son, por otra parte, imprescindibles para el progreso, pero otras que tal vez no son perniciosas por sí mismas, pero sí que pueden llegar a serlo por el uso que se les da.
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